Me quedé mirando sus ojos… profundos, enormes, de un gris reluciente… después su nariz; maravillada continué por observar su cabello, esos rizos negros tan marcados, tan brillantes, azulados como la luz de la luna. Bajé la vista un poco; miré su boca con cautela… me dieron ganas de besarlo, de morder sus labios, de hacerle el amor. Sus colmillos… blancos, sensuales, con una forma curva tan discreta, me enamoraron aún más de él.
Sólo lo observaba desde lejos, y tenía ganas de subir a esa troje, en la parte más lejana del castillo. Sólo quería ir ahí para seducirlo y enamorarlo, mas me bastó con mirarme al espejo unos segundos y darme cuenta que era una horrible bestia; sabía que él jamás se fijaría en mí, nunca se enamoraría.
Todo se volvió oscuro en instantes, y seguía encerrada en la torre, mi hogar. De repente, escuché un golpe discreto en la puerta de la habitación; pensando que era mi imaginación lo ignoré. Escuché una voz ronca y dulce a la vez… Me decía: “Abre, por piedad... Abre la puerta.”; yo sólo contesté “¿Quién es?”. El hombre respondió “Sólo abre la puerta, te gustará lo que encontrarás del otro lado”.
A decir verdad, me encantan los misterios, y eso me invitaba a imaginar millones de cosas que podría encontrar. La curiosidad me estaba matando. Entonces, abrí la puerta, tardé un poco, tenía que hacer algo, pues me veía pálida y demacrada, debido a la oscuridad de la torre. A pesar de que portaba un hermoso vestido.
El hombre era muy alto, y a mi sorpresa, era esa persona de quien me había enamorado, desde que lo vi por primera vez. Me miró a los ojos, iba acercándose poco a poco… Por un momento me asusté, pero después supe que eso me daría satisfacción y que eso era lo que yo quería. Lo vi cerrar sus ojos, por instinto cerré los míos.
Sentí algo tocar mis labios, eran los suyos, eran muy suaves, sus colmillos golpearon mis dientes delicadamente. Separó sus labios y me susurró al oído “Tú eres hermosa, tienes unos sentimientos maravillosos”; sonrojada lo miré a los ojos, inocente le dije: “Gracias, pero no digas eso; tu eres la criatura más hermosa que he visto jamás”.
No me respondió con palabras, sólo cerró sus ojos y se acercó a mí. Me dijo, “No tengas miedo”, lo puedo ver en tus ojos, me han dicho más de lo que puedes imaginarte. Rozó sus labios contra los míos, una vez más. Ese hombre tuvo un efecto inimaginable en mí; erizó mi piel, me hizo sonreír más que nunca.
Con sus ojos grises me dijo un “adiós” y se volteó hacia la ventana… la abrió con sus enormes y delgadas manos. Escuché el sonido del broche al abrirla; pero, en instantes, lo único que pude escuchar fue el silbido del viento y que mi enamorado no estaba más ahí. Veía las cortinas bailar suavemente por unos segundos… y después todo se quedó inmóvil, y sentí una lágrima rodar por mi mejilla, él se había ido.
Pasaban días enteros, noches en vela, esperándolo… y él no volvía. Yo sólo anhelaba el día en el que eso pasaría. Desafortunadamente, eso nunca sucedió, o por lo menos hasta ahora,... lo que mantenía mis esperanzas, era aquel suceso. Él me había besado, y me había dicho cosas hermosas. Yo sólo era una tonta enamorada, de una ilusión, de un espejismo que jamás podría tener en mis manos. Creí que sería menor la espera, sin embargo, no lo fue.
Esa noche, miré por la ventana. Pude ver astros tan brillantes, que se perdía la negrura del cielo y yo entre las estrellas. Por un momento, me olvidé de él. Sólo se me ocurría pensar en lo que podía observar frente a mis ojos. Era algo maravilloso, no sé quién lo habrá creado, pero él sí sabía distinguir entre lo hermoso y aquello que no lo es.
Era un paisaje verde, lo más verde que había visto nunca. El cielo... tan azul, con una que otra nube, y pájaros revoloteando por ahí. Montañas, llenas de árboles y flores. El viento soplaba con una tranquilidad envidiable. Ya no me importaba tanto seguir encerrada en la troje. Podía ver todo con otros ojos, ahora me sentía afortunada, no necesitaba más.
Al día siguiente, cuando entró el primer rayito de luz a la habitación, yo desperté. Me costaba abrir los ojos, la luz era demasiado brillante. Como todos los días, me fui a bañar, escogí mi ropa y me vestí. Esa mañana, decidí pintar todo aquello que veía desde mi ventana. Entonces, puse mi caballete, un lienzo limpio, una mesita con mis pinturas y pinceles, un bote con agua. Todo estaba listo.
Me pasé todo el día observando el paisaje, luego el lienzo... pintando lo que veía. Una vez más, conforme pasaba el tiempo, el sol se iba escondiendo detrás de las montañas. Y yo... pensaba en detenerme, pues muy pronto, ya no vería nada y no podría seguir pintando.
Habían pasado ya dos años, desde que se fue. Otro día más de espera, ya estaba oscureciendo otra vez. Él no volvía aún. Yo estaba a punto de olvidarlo. Me sorprendió.
Sólo lo observaba desde lejos, y tenía ganas de subir a esa troje, en la parte más lejana del castillo. Sólo quería ir ahí para seducirlo y enamorarlo, mas me bastó con mirarme al espejo unos segundos y darme cuenta que era una horrible bestia; sabía que él jamás se fijaría en mí, nunca se enamoraría.
Todo se volvió oscuro en instantes, y seguía encerrada en la torre, mi hogar. De repente, escuché un golpe discreto en la puerta de la habitación; pensando que era mi imaginación lo ignoré. Escuché una voz ronca y dulce a la vez… Me decía: “Abre, por piedad... Abre la puerta.”; yo sólo contesté “¿Quién es?”. El hombre respondió “Sólo abre la puerta, te gustará lo que encontrarás del otro lado”.
A decir verdad, me encantan los misterios, y eso me invitaba a imaginar millones de cosas que podría encontrar. La curiosidad me estaba matando. Entonces, abrí la puerta, tardé un poco, tenía que hacer algo, pues me veía pálida y demacrada, debido a la oscuridad de la torre. A pesar de que portaba un hermoso vestido.
El hombre era muy alto, y a mi sorpresa, era esa persona de quien me había enamorado, desde que lo vi por primera vez. Me miró a los ojos, iba acercándose poco a poco… Por un momento me asusté, pero después supe que eso me daría satisfacción y que eso era lo que yo quería. Lo vi cerrar sus ojos, por instinto cerré los míos.
Sentí algo tocar mis labios, eran los suyos, eran muy suaves, sus colmillos golpearon mis dientes delicadamente. Separó sus labios y me susurró al oído “Tú eres hermosa, tienes unos sentimientos maravillosos”; sonrojada lo miré a los ojos, inocente le dije: “Gracias, pero no digas eso; tu eres la criatura más hermosa que he visto jamás”.
No me respondió con palabras, sólo cerró sus ojos y se acercó a mí. Me dijo, “No tengas miedo”, lo puedo ver en tus ojos, me han dicho más de lo que puedes imaginarte. Rozó sus labios contra los míos, una vez más. Ese hombre tuvo un efecto inimaginable en mí; erizó mi piel, me hizo sonreír más que nunca.
Con sus ojos grises me dijo un “adiós” y se volteó hacia la ventana… la abrió con sus enormes y delgadas manos. Escuché el sonido del broche al abrirla; pero, en instantes, lo único que pude escuchar fue el silbido del viento y que mi enamorado no estaba más ahí. Veía las cortinas bailar suavemente por unos segundos… y después todo se quedó inmóvil, y sentí una lágrima rodar por mi mejilla, él se había ido.
Pasaban días enteros, noches en vela, esperándolo… y él no volvía. Yo sólo anhelaba el día en el que eso pasaría. Desafortunadamente, eso nunca sucedió, o por lo menos hasta ahora,... lo que mantenía mis esperanzas, era aquel suceso. Él me había besado, y me había dicho cosas hermosas. Yo sólo era una tonta enamorada, de una ilusión, de un espejismo que jamás podría tener en mis manos. Creí que sería menor la espera, sin embargo, no lo fue.
Esa noche, miré por la ventana. Pude ver astros tan brillantes, que se perdía la negrura del cielo y yo entre las estrellas. Por un momento, me olvidé de él. Sólo se me ocurría pensar en lo que podía observar frente a mis ojos. Era algo maravilloso, no sé quién lo habrá creado, pero él sí sabía distinguir entre lo hermoso y aquello que no lo es.
Era un paisaje verde, lo más verde que había visto nunca. El cielo... tan azul, con una que otra nube, y pájaros revoloteando por ahí. Montañas, llenas de árboles y flores. El viento soplaba con una tranquilidad envidiable. Ya no me importaba tanto seguir encerrada en la troje. Podía ver todo con otros ojos, ahora me sentía afortunada, no necesitaba más.
Al día siguiente, cuando entró el primer rayito de luz a la habitación, yo desperté. Me costaba abrir los ojos, la luz era demasiado brillante. Como todos los días, me fui a bañar, escogí mi ropa y me vestí. Esa mañana, decidí pintar todo aquello que veía desde mi ventana. Entonces, puse mi caballete, un lienzo limpio, una mesita con mis pinturas y pinceles, un bote con agua. Todo estaba listo.
Me pasé todo el día observando el paisaje, luego el lienzo... pintando lo que veía. Una vez más, conforme pasaba el tiempo, el sol se iba escondiendo detrás de las montañas. Y yo... pensaba en detenerme, pues muy pronto, ya no vería nada y no podría seguir pintando.
Habían pasado ya dos años, desde que se fue. Otro día más de espera, ya estaba oscureciendo otra vez. Él no volvía aún. Yo estaba a punto de olvidarlo. Me sorprendió.